viernes, 23 de mayo de 2008

El poder del sacrificio

Uno de los momentos más grandes en la santificación personal es cuando nos damos cuenta del valor que tienen nuestras mortificaciones para Dios, y qué raro que tan pocos cristianos sean conscientes de ello. Es curioso que le pidamos muchas cosas a Dios, pero no ofrezcamos ni siquiera un pequeño "hoy no tomo postre" por la intención que tenemos. Como dijo el santo Cura de Ars a un sacerdote que se quejaba de que había hecho todo por atraer feligreses a su parroquia sin resultados: "¿Ha ayunado usted? ¿Ha dormido sobre duro? ¿No? Entonces no ha hecho nada."

Dios, en su inmenso amor, permite que de alguna forma muuuy reducida participemos en el sacrificio redentor de su Hijo, añadiendo a sus sufrimientos nuestras pequeñas muestras de mortificación. Todo vale para esto, cualquier tipo de sacrificio, desde el que nos viene "impuesto" (como mi diabetes que me obliga a privarme de muchas cosas pero yo le doy sentido ofreciéndolo a Dios) hasta lo más voluntaria (como ponerse el cilicio, por citar grandes sacrificios). Nadie es capaz de entender esto, ni creo que sea explicable por la razón: Dios ya tiene decidido el camino de cada uno, pero a la vez nos permite que recemos y tiene en cuenta nuestra oración; Dios con su sacrificio ya redimió a toda la humanidad, pero nos permite sumar a esa plenitud nuestros propios sufrimientos. Qué decir. No se entiende, pero es así, y es algo muy grande.

¡Ah, si pudiésemos ver hasta qué punto Dios toma en cuenta nuestras mortificaciones! Si lo lográsemos ver, estoy seguro que nos pasaríamos la vida ofreciendo sacrificios cada vez más insensatos, y os aseguro que estaríamos salvando al mundo con ello, mientras comemos pan y dormimos sobre tablas.

Una última reflexión: yo creo, y vosotros creéis, porque alguien en el pasado, que a lo mejor ni nos conocía, se sacrificó por nosotros. Y vosotros y yo le debemos la Vida. ¿No os animáis a generar futuros creyentes, futuros sacerdotes, futuros monjes y monjas, mediante este sistema?

2 comentarios:

Elinge dijo...

Sobre el sufrimiento; el que viene de la mano del Señor, es sin duda el que mejor hace crecer y aplaca y tiene a raya la vanagloria y vanidad y amor propio.

Los sacrificios que narra Lucía que hacían Jacinta, Francisco y ella por los pecadores y las indicaciones de nuestra Madre, son una guía de amor al prójimo.

Las mortificaciones, tales como; el cilicio, las disciplinas de sangre, ayunos severos, etc, siempre, siempre, siempre, siempre,siempre, siempre, siempre, con el conocimiento de tu confesor y en todo obedeciendo. Para sacarles verdadero provecho, recuerdo que las había Virgenes (imprudentes pero 'sacrificadas' virgenes)que no entraron, así que todo con la sal del Amor, si no hay Caridad aunque haga,suba,....

Ciudadano de Sión dijo...

Por supuesto, tienes razón, Elinge. No he pretendido espolear a nadie a hacer sacrificios fuera del conocimiento de su Director, sino a incluir más sacrificios en su plan de vida, organizado con él.

El sufrimiento en ocasiones nos lo envía Dios, pero podemos provocarlo con voluntaria generosidad.

Gracias por comentar. DTB.

Lukas Romero