Pero por segunda vez vimos a lo lejos una columna de gente que se acercaba. Su avance era aún más lento que el de nuestros nuevos hermanos. vislumbramos una cantidad de gente muy superior a la del Numero, mucho más del doble. Y el Espíritu intervino de nuevo, y supimos que eran los que SÍ habían oído hablar de Cristo en vida pero no habían querido seguirle, le hebían dejado de lado para vivir y disfrutar la vida de pecado. Y tan sólo eso había sido su condenación, pues Cristo no podía incluir en el Número a los que se habían negado a inscribirse en el Libro de la Vida. Se aproximaban, y los empezamos a distinguir. Avanzaban con odio y terror en el rostro, y también con rabia por haber sido tan lerdos, y parecía que eran forzados a avanzar, que alguien les empujara por las espaldas. Había de todo, gente que había ofendido y odiado a Dios muchísimo y gente que simplemente le había dejado de lado, gente con pecados muy graves y gente con pecados menos graves, porque no eran sus pecados lo que les había condenado, sino la simple negación de una verdad que estaba ante ellos, ofreciéndose pero dejando espacio a la libertad. Caminaban satánicos junto a moralistas que se consideraban "buena gente", pederastas y necrófilos junto a tíos que simplemente se habían acostado con sus novias, mafiosos junto a ejecutivos agresivos... Y todos se sabían culpables, y todos sabían que se habían condenado, que su destino era la gehenna. Se colocaron en una inmensa fila al Este, y la vista no alcanzaba a ver dónde terminaba la fila. Cristo les miró, y vimos en su mirada pena y dolor. Les tendió la mano, y dijo con voz quebrada:
-Esto no tenía que ser así . Yo os quiero, ¿por qué me rechazasteis? ¿No visteis donde terminaba ese camino? ¿No visteis que yo no quería eso para vosotros?
Y se puso a llorar mansamente. No era un llanto desesperado y sollozante, mantenía la compostura, pero las lágrimas le resbalaban por el rostro. Les miraba, y no podía parar de llorar. Pero al fin, suspiró y nos volvió a mirar a nosotros, y su mirada era tierna, y todos estábamos embobados con su rostro. Y el Espíritu sopló una vez más, y nos reveló que íbamos a ascender a las puertas del Cielo, donde se nos unirían todas las almas del Cielo, el Purgatorio y la gehenna, para celebrar el Juicio Universal. Pero antes de eso, se oyó un fuerte ruido, y aparecieron tres ángeles, vestidos con armaduras blancas y empuñando espadas de fuego. Señalaron a Cristo, y con fuerte voz dijeron:
-¡Éste es el Cordero de Dios, el Hijo del Padre, a quien el Padre entregó el Nombre sobre todo nombre! ¡Y ante su Nombre, toda rodilla se doblará!
Y así fue. Todos los presentes, los pertenecientes al Número y los que no habían querido formar parte del Número, obligados o libremente, con miedo o con alegría, nos arrodillamos todos a la vez, y adoramos la gloria de Cristo resucitado.
miércoles, 9 de enero de 2008
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