Y de pronto apareció ante mis ojos una vigilia pascual, la que celebro todos los años en mi parroquia. Mientras seguíamos la liturgia, de pronto nos asaltó la certeza absoluta de que Cristo había vuelto. No era un "pensamiento infundado colectivo", era una certeza absoluta y firme. Y junto con dicha certeza nos vino también la de que toda la humanidad, desde el país más importante al más pequeño, hasta el último ciudadano de la última ciudad, tenían también dicha certeza, aún aquellos que jamás habían conocido a Jesús. El mundo se había acabado. La gran venida había llegado.
En la iglesia, que se había quedado en silencio ante tan maravillosa noticia, empezaron a sonar gritos de júbilo y aleluyas. Pronto todos nos unimos a ellos, y la iglesia se llenó de cantos y palabras de alabanza. De repente, empezamos a correr hacia la puerta. El Señor nos llamaba. Había que acudir.
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