viernes, 15 de agosto de 2008

El signo

En el segundo versículo del capítulo 6 de san Juan, he leído una cosa que me ha hecho meditar: "mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos". Es un versículo bastante corriente, pero hoy ha tocado con especial fuerza mi corazón.

Lo primero que me ha hecho pensar es en lo enfermo que estoy, en mi terrible enfermedad del alma, que me impide orar como es debido, amar a Dios y a los demás con auténtica entrega, superar mi egoísmo y mis ganas de llamar la atención y de ser el centro... Al leer eso, me he visto como uno de esos pobres enfermos a los que Jesús con infinita misericordia tocaba y sanaba. Él sabe lo malo que soy, pero no me juzga, no me recrimina, sino que me ofrece la salud espiritual, y eso es maravilloso.

Pero no sólo he pensado eso, sino que tembién he visto otra cosa impresionante: la gente seguirá a Dios cuando vean su actuación en mí, como ya osn decía en "Andar sobre el agua". Me tengo que dejar curar por Dios, tengo que dejar que el toque mi alma egoísta y cerrada, pero no sólo por mi propio bien, porque eso sea la fuente de mi esperanza y la auténtica vida, sino porque a través de mi curación ¡muchas personas podrían seguirle! ¡A través de mi dócil disposición a ser curado, tantas gentes podrán ver el milagro de Dios en mí y seguirle a Él! ¡Yo puedo ser un signo claro de Dios!

Me maravilla pensar en lo que Dios podría hacer a través de mí, de nosotros, si sólo fuéramos un poco más dóciles y nos dejáramos curar, modelar, corregir por su Amor inmenso. De veras creo que podríamos cambiar el mundo.

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